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  • Foto del escritorDelia Angélica Ortiz

Las trampas del amor

¿Para qué sirve el deseo? ¿Por qué buscamos pareja? Estos son los trucos de Cupido en tu cerebro. Publicado originalmente en la Revista QUO México, en febrero de 2012.


Por Delia Angélica Ortiz


En aquellos tiempos, el instinto era la única ayuda que una homínida tenía para parir una cría. Durante los primeros cinco años de vida, ese cachorro dependía completamente de su madre, y el abasto de comida para su descendencia se convertía en un factor crucial para desarrollar los mecanismos de la relación entre machos y hembras.


Tras cien mil años, esas estructuras cerebrales se siguen activando para que hombres y mujeres vivan emparejados con un propósito excepcional: garantizar la supervivencia de la especie.


El enamoramiento, la pasión, la vida en pareja han inspirado innumerables expresiones artísticas sobre el amor. En tanto que las neurociencias han descubierto que este sentimiento no nace en el corazón —como los románticos más empedernidos clamarían—, sino que se trata de un carnaval de descargas eléctricas provocadas por distintos neurotransmisores que actúan en el cerebro.


"El amor es una invención de los mamíferos", escribió Carl Sagan, en Los dragones del Edén, en referencia a que este grupo de animales —particularmente los primates—están equipados con un sistema límbico más evolucionado que el de los reptiles. "La mente del reptil no se caracteriza por indómitas pasiones ni calamitosas contradicciones, sino más bien por una dócil y torpe aquiescencia al modelo de conducta que le dictan sus genes y su cerebro", anotaba el legendario divulgador científico.


Las intuiciones de Sagan en 1977 se convirtieron en líneas de investigación que en los últimos años han comenzado a ofrecer respuestas. "El cerebro de los reptiles no les permite el disfrute de la compañía. No hacen lazos porque su cerebro es más primitivo", explica Georgina Montemayor, anatomista de la Facultad de Medicina de la UNAM. "El hombre al igual que otros mamíferos, tienen un sistema límbico o cerebro emocional que le permite vivir en grupo. Cuando nuestra especie comenzó a competir por territorios, se dio cuenta de que somos muy vulnerables cuando solamente somos un individuo, entonces se organizó en tribus y pudo ganar terreno y permanecer", comenta la académica.


Levántate, anda y enamórate


De acuerdo con los antropólogos evolucionistas, la posición bípeda erecta del hombre fue una novedad que mejoró el rendimiento energético, pero disminuyó el tamaño de la pelvis, al tiempo que el encéfalo craneal aumentaba. El que las madres tuvieran una pelvis pequeña derivó en que las crías nacieran de manera prematura.

A diferencia de los otros grandes simios, cuyas madres también dedican entre tres y 10 años a la crianza de sus vástagos para que sobrevivan en la selva, los humanos lo hacen en pareja. Los orangutanes machos tienden a abandonar a las madres por otras hembras, lo gorilas forman un harén, mientras que los chimpancés y los bonodús se distinguen por la promiscuidad. En cambio, los primeros humanos exploraron la monogamia como una alternativa para sobrellevar la crianza. "Criar es más fácil cuando tienes un socio. Mucho más hace 65 mil años", dice Montemayor.


La antropóloga neoyorkina Helen Fisher, experta en sexualidad, matrimonio y divorcio, desde el punto de vista evolutivo, explica que el cerebro humano cuenta con programas que surgieron en la Edad de Piedra para garantizar el apareamiento y la reproducción. Son estructuras cerebrales primitivas con las que el moderno hombre del siglo XXI sigue reaccionando e interactuando para encontrar pareja.


En la época de las cavernas era muy caro enamorarse. Resultaba muy costoso mantener a una mujer y a sus crías. Cazar con apenas algunas herramientas primitivas y rudimentarias. La comunidad debía de invertir mucho esfuerzo para conseguir el alimento.


"Eso de vamos a matar a un mamut no era de: Ahorita vamos", comenta con ironía el sociólogo José Luis Trueba. Autor de 101 preguntas sobre el amor y el erotismo, el investigador ha buscado explicar cómo surgieron las primeras expresiones amorosas en un contexto adverso al romanticismo paradisiaco y con una elevada carga de violencia en la lucha por la reproducción. "Estamos hablando de comunidades muy hambrientas todo el tiempo. Mantener a una persona que va a estar inactiva durante los últimos meses de gestación era muy caro para la comunidad. Esto originó comunidades con poligamia femenina, pues varios hombres debían compartir a una mujer para repartir los gastos", dice.


Al descubrir la agricultura, la posibilidad de almacenaje de alimento redujo el costo de mantener a una mujer y a sus hijos. Entonces, cuenta Trueba, surgió la poligamia masculina: un hombre podía mantener a varias mujeres y a sus crías.


Aunque se carece de evidencias suficientes para describir puntualmente el cortejo amoroso en la época de las cavernas, la teoría de Trueba es que el origen de arte, el sentido del humor y el interés por la familia fueron los elementos que utilizaron esos primeros hombres para galantear a las mujeres. La postura de los primeros hombres frente a los otros grandes simios también marcó diferencias importantes.


"Caminar sobre cuatro puntos de apoyo, con el rabo al aire, permite percibir un sinnúmero de olores. Esa posición también permite ver cuando se enorjecen los genitales. En cambio, las primeras 'femínidas' ya estaban erguidas, por lo tanto no se podía saber cuándo podían aparearse", explica. "Es por eso que el ser humano debió inventarse maneras para acercarse".


Es posible que con aullidos melódicos, esos primeros hombres se aproximaran a las hembras a las que pretendían. Ahí nacieron los cantos y poemas más primitivos. Tal vez hacían cabriolas alrededor de ellas y eso dio paso a las primeras danzas con motivación erógena. Esos primeros hombres quizá hicieron caras y gestos para hacerse los chistosos frente a las crías de las mujeres que anhelaban, fingiendo interés por ellos para conseguir una recompensa sexual con la madre. Ahí, dice Trueba, estaría la génesis del sentido del humor.


En su camino evolutivo, el hombre desarrolló características que posibilitaron su complejo sistema de comunicación: el lenguaje. Perdió pelo para correr grandes distancias y mejorar su capacidad de gesticulación, pues la falta de un olfato agudo lo orilló a que la comunicación basada en el olor se sustituyera por la expresión facial.



"En un sentido evolutivo, antropológico, habría que separar el amor del sexo, porque hablar nos convierte en un animal que se reproduce de manera completamente diferente. El discurso es la primera gran cualidad del amor humano. Nos hace diferentes. El amor humano nace como un discurso", explica Trueba.


Las tres caras del amor


Fisher ha estudiado 58 cultura de todo el mundo. Hace una década que analiza específicamente por qué amamos, cómo elegimos pareja y qué ocurre en el cerebro enamorado para que el más cuerdo se vuelva loco.


"Cuando empecé a estudiar el cerebro, pensé que el amor era una más de nuestras emociones, pero no era así. Es un impulso que surge en zonas primitivas y primordiales del cerebro, asociadas a la motivación, los anhelos, las fijaciones. Una parte del cerebro evolucionó mucho antes de la humanidad como la conocemos", explica la también profesora de la Rutgers University de New Jersey.


Ella considera que en una parte antiquísima del cerebro se desarrollaron tres programas que se activan para garantizar la reproducción a través del apareamiento: el impulso sexual o lujuria, el amor romántico o atracción y el sentimiento profundo de apego o unión. Tres sistemas cerebrales que evolucionaron para prolongar el ADN en la descendencia.

El impulso sexual evolucionó para probar una amplia gama de parejas: hay sexo sin estar enamorado. El amor romántico enfoca su energía de apareamiento en una pareja a la vez. Y el apego permite vivir en pareja el tiempo necesario para, por lo menos, criar a un hijo. El amor es una combinación de esos tres sistemas cerebrales en diversos grados.


Los programas se conectan con el aumento de ciertas hormonas y determinados neurotransmisores —hormonas que tienen actividad dentro del cerebro—. El deseo sexual se relaciona con la testosterona, el impulso amoroso con la dopamina y la norepinefrina, en tanto que en el sentimiento de apego se involucra la oxitocina y la vasopresina.


El amor romántico o el enamoramiento enloquecido emana del cerebro primitivo y, de hecho, es más fuerte que el impulso sexual. Es calificado como una demencia temporal. Involucra importantes cantidades de dopamina —relacionada con el sistema de recompensa y con el aprendizaje, así como con la capacidad de desear algo y de repetir un comportamiento que proporciona placer—. Cuando estamos enamorados, esa sustancia aumenta en 7 mil veces.


"Estos niveles casi intoxicantes de la química cerebral saturan los receptores y comienza el desenamoramiento", explica Montemayor. "Todos quisiéramos vivir así toda la vida, pero no viviríamos muchos años con ese desgaste tan terrible. Entonces, paulatinamente, si tuviste suerte, das el aso al amor verdadero, a la relación de apego de largo plazo".


Las primeras etapas del enamoramiento se activan en la parte más antigua del cerebro, la parte que permitió la evolución del hombre. La siguiente etapa del amor hacia el apego de largo plazo es más racional, más cortical porque opera en la corteza cerebral y es la que nos distingue de los animales, pero requiere de más trabajo. Amor por decisión.


El cerebro no tiene ningún programa para el matrimonio ni mucho menos un programa para evitar enamorarse nuevamente cuando ya estamos emparejados. "Estamos hechos para enamorarnos. Nos vamos a enamorar varias veces en nuestra vida", advierte Montemayor.


Fisher ha señalado que los tres sistemas cerebrales no siempre están conectados entre sí. Se puede sentir un profundo apego hacia una persona y estar enamorado de otra. "Por eso no creo, honestamente, que seamos un animal hecho para ser feliz. Somos un animal hecho para reproducirse. Pienso que la felicidad que encontramos, la construimos", explicaba la experta neoyorkina.


Cuando la fiesta se acaba


El sexólogo neozelandés John Money afirma que, entre los cinco y los ocho años de edad, se elaboran los rasgos esenciales de la persona ideal a quien amar, sustentado en las asociaciones con miembros de la familia, amigos, experiencias y hechos fortuitos. Es decir, se cuenta con un mapa mental construido desde la infancia.


En general, los especialistas aceptan que la decisión depende del nivel socioeconómico, de la inteligencia y de la apariencia, así como de valores religiosos y sociales similares, incluso del humor. La elección de pareja se da a partir de las similitudes y de las diferencias.


"Nos gusta el complemento. Pro eso, si eres introvertido, te encanta quien es extrovertido, pero luego dices este extrovertido no me deja hablar o no me escucha, pero por eso te enamoraste de él", explica Feggy Ostrosky, directora del Laboratorio de Neuropsicología de la Facultad de Psicología de la UNAM.


"Donde la gente falla más es en invertirle a la relación de pareja. El amor que se construye cuesta trabajo, porque cuando ya no hay toda esa química del enamoramiento es cuando ves a la persona como realmente es", agrega.



Idealizar el flechazo, creer que el amor es algo externo y extraordinario que nos impide tomar el control de nuestras emociones, son de las trampas más comunes.



Autor de La infidelidad y de otro libro titulado Pareja o matrimonio, decida usted, Mario Zumaya dice que asumirse como el "flechado" implica ser víctima. Significa estar en manos de otra persona y depender de otro. "Lo que realmente debería ocurrir es aprender a construir la relación diariamente con nuestras acciones. Si me enamoro de otro es porque cubre con necesidades emocionales mías y viceversa. ¿Cómo le hago para que eso dure más tiempo? Ahí está la talacha", dice.



Dejar de ser uno mismo para agradar al otro, centrar el mundo afectivo en una sola persona, dar por hecho la relación y dejar de cultivarla —incluso de llegar al extremo de mantenerse dentro de la relación en situaciones de maltrato—, son los errores más comunes que se comenten bajo el estandarte del amor.




Valeria Villa, psicoterapeuta de pareja del Hospital Médica Sur, asegura que una relación se aceita regularmente con comunicación y respeto, planes divertidos y calidad de vida sexual. "No hay que dejar que el agua llegue al cuello. Hay que tratar al otro como nos gustan que nos traten. No gritar. No insultar. No hacer la ley del hielo", recomienda.


Pero aferrarse al amor eterno en pleno siglo XXI, cuando la esperanza de vida está por encima de los 75 años, significaría compartir al menos cuatro décadas con una misma persona, pensando en que la decisión de vivir de manera exclusiva con una persona se haya tomado a los 35 años.


La obsesión por el amor eterno se justifica porque somos humanos. Como mamíferos privilegiamos las situación de seguridad sobre la inestabilidad. El amor pasional es inestable por definición, pero si de este tipo de amor se pasa a uno de apego o de largo plazo, entonces también habrá que tener cuidado en evitar que la relación de pareja se convierta en mera sociedad.


"Hay muchos matrimonios que no son pareja. Están juntos por otras razones: estatus social, los hijos, el dinero, porque me hace bien de comer, pero no son felices. Ser pareja significa arriesgarse a crecer, a explorar, a ser feliz", explica Zumaya.


La fórmula que Trueba propone para alcazar el amor profundo es la comunicación. "Los amores que se rompen o que no duran son aquellos que se quedaron sin palabras", dice. Cuando se lanza un discurso, si la otra persona lo hace suyo y se entrelaza, seguramente ese amor durará toda la vida. Hay parejas que solo se enganchan parcialmente, mientras que hay otras que nunca logran conectar.


Cuando una relación se ha deteriorado, insistir en el amor eterno no sirve de nada.






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